Álvaro Serrano

Morir en un abrazo | Principia Marsupia →

13/04/2012 |

La vida de cualquier ser humano contiene dos certezas: que estamos vivos y que vamos a morir. Ojalá tarde mucho en alcanzarnos, pero la bala que terminará con nuestras vidas ya ha sido disparada.

Otra vez. No sé como lo hace, pero cada vez que Alberto escribe algo así se me remueve el estómago y todo el resto del aparato digestivo. El muy cabrón.

La mayor subida del Metro en diez años →

11/04/2012 |

El País:

Viajar en transporte público por la red regional de Madrid (autobuses, metro y cercanías) costará más a partir de mayo. Casi todas las tarifas suben, con una media del 11% de aumento. Es el mayor incremento porcentual desde hace casi una década, cuando Esperanza Aguirre asumió la presidencia de la Comunidad de Madrid en 2003.

Otra razón más para moverse en bici por Madrid.

Una luz en el camino

02/04/2012

Me temo que esta vez toca ponerse serio. Sólo una vez, lo prometo. 

Corren tiempos difíciles. Acabamos de salir de una Huelga General, y las cosas no pintan mucho mejor ahora de lo que lo hacían hace varios meses, cuando todos pensábamos que un entusiasta cambio de gobierno era la receta mágica que necesitábamos para salir de ésta. ¡Abracadabra, crecimiento económico! ¡Alakazam, empleo! 

Pues no. Tenemos gobierno nuevo y vida nueva, pero la misma mierda sigue ahogando a los de siempre. Que cada vez somos más. Y lo mejor de todo es que los verdaderos causantes de este desaguisado siguen mirándonos desde la distancia, descojonándose mientras se hartan de marisco y se otorgan compensaciones millonarias complementadas con efusivas palmaditas en la espalda, plas, plas.

Se mire como se mire, estamos jodidos. Somos un pais roto por la ambición desmesurada de unos pocos y la despreciable complicidad de algunos más, que siempre encontraron más sencillo callarse y mirar hacia otro lado que decir y hacer lo correcto. Porque la integridad y la decencia en este nido de víboras te llevan sólo al olvido y la irrelevancia. Así somos. En eso nos hemos convertido tras décadas de vida fácil, integración europea y globalización. Duele oírlo, pero es la puta verdad. En algún lugar del camino, los españoles hemos olvidado nuestra naturaleza.

Hubo un tiempo en que nuestro corazón hablaba alto y claro. Tras 40 años a la sombra de un régimen que aplastó nuestro espíritu, los españoles encontramos contra todo pronóstico la fuerza y la ilusión para recuperar nuestra libertad y construir entre todos una realidad mejor. La clase política que aquel día asumió la responsabilidad de enderezar un pais hundido estaba en realidad sosteniendo el alma de millones de personas en un grito colectivo, un pais entero harto de estar maniatado que ansiaba ponerse en pie. Lejos y olvidados quedan ya el idealismo y la entereza de aquellos hombres y mujeres que supieron estar a la altura de las circunstancias. Qué triste echar un vistazo al parlamento actual, diputados, senadores, ministros y ministras de lo propio y lo ajeno, y ver en qué se han convertido.

La Transición, si bien es el ejemplo más reciente, no es la única vez que este pueblo ha necesitado recurrir a la heroica para enderezar las cosas, y en cada ocasión ha encontrado la fuerza para hacer lo que era necesario, apelando a la casta y el valor que sólo se encuentran a través de la desesperación. Cuando ya está todo perdido, los riesgos son mucho más relativos. Y si no, que se lo pregunten a los franceses.

Cuando echo un vistazo a mi alrededor, me pregunto si la Historia no está a punto de repetirse. ¿Cuánto más podemos tragar? ¿Qué hará falta para que digamos basta? ¿Para que exijamos a nuestros representantes que dejen de insultar nuestra memoria y de arrastrar nuestra ilusión y nuestro sudor por el fango mientras se llenan los bolsillos? ¿Qué hará falta?

La increíble permisividad que existe para con la corrupción en el seno de las instituciones que deben velar por nuestro bienestar no es sino una muestra de la putrefacción que se ha apoderado del actual sistema político. Llegados a este punto, no importa el signo político, la ideología o la religión. Los gérmenes están tan dentro del sistema que la amputación empieza a parecer la única manera de salvar lo queda de nosotros, antes de que la infección se extienda y resulte incurable.

Si queremos culpar a alguien, haríamos bien en empezar mirándonos a un espejo. Tan culpables, tan lamentables como los que trincan, somos todos los que día tras día observamos en silencio cómo se descojonan en nuestras narices sin hacer nada. Nos quejamos, si, pero nos falta el valor de hacer lo que es necesario. Como dijo Edmund Burke, “lo único que hace falta para que triunfe el mal es que los buenos no hagan nada”.

Los buenos. Es decir, nosotros. Todos, sin excepción. No basta con indignarse. El movimiento del 15-M pareció indicar el primer paso serio hacia una reacción popular que consiguió llenar de ilusión a mucha gente, incluído yo. Pero hasta la fecha, lo que prometía tanto se ha quedado una vez más en ese triste quiero y no puedo que tanto nos caracteriza. Con qué facilidad encontramos excusas cuando la realidad nos duele. Yo aún creo que es una cuestión de tiempo, y que la acción drástica para cambiar las cosas no sólo es inevitable, sino que debe tener su origen en el pueblo. No puede suceder de otra manera, no mientras el control del sistema siga en manos de la misma calaña. Pero me pregunto, ¿qué hará falta?

Sin embargo, por muy desesperada que parezca la situación, todavía quedan razones para el optimismo, como casi siempre. Todo tiene solución, menos la muerte y Hacienda. Y de la muerte no estoy seguro.

Al pensar en ello me doy cuenta de que ese valor testarudo, ese idealismo inconsciente, ese coraje ilógico que siempre hemos llevado por bandera no están tan olvidados como parece. Continúan presentes en algunos resquicios de nuestra mente colectiva, esperando a que nos demos cuenta de una maldita vez de que seguimos siendo los mismos. Lo veo en nuestros científicos, hombres y mujeres que desafían continuamente los límites del conocimiento humano en su esfuerzo por arrojar luz sobre nuestra historia y construir los cimientos de nuestro futuro. Por sacar a la humanidad de su infancia evolutiva a través del conocimiento y la razón. Lo veo en nuestros artistas: músicos, escritores, cineastas, pintores, fotógrafos. A través de su obra tratan de mostrarnos de qué estamos hechos en realidad, de quitar de nuestros ojos la venda que nos impide reconocernos a nosotros mismos. Lo veo en una canción de Sabina, en un artículo de Reverte, en un cuadro de Picasso. Esperanza. Genio. Futuro.

También lo veo en nuestros atletas, que año tras año se burlan de la lógica y le enseñan al planeta entero que aunque no seamos el pais más grande o el más rico, con valor y determinación todo se puede lograr. Lo veo en la selección española de fútbol, y en la de baloncesto. Lo veo en nuestros ciclistas. Y sobre todo, lo veo en Rafael Nadal. La convicción y la testarudez del que sabe que bajar los brazos, sencillamente, no es una opción. ¿Dolor? Sí. ¿Cansancio? Desde luego. ¿Rendirse? Jamás.

¿Rendirse? Jamás.

Cita del día →

22/02/2012 |

Todo puede suceder si lo maquina un dios.

Sófocles (495 adC. - 406 adC.).

Eso está hecho

08/08/2011

Madrid, Spain

Una de las cosas más difíciles en un proyecto de ingeniería consiste en saber cuando algo está terminado. No hablo de la perfección, nada de eso. Me refiero a ese instante, esa etapa en la que tu trabajo pasa de “ya casi” a “está hecho”. Por supuesto, si del desarrollador dependiera, el proyecto jamás estaría hecho. En nuestra cabeza, siempre hay un paso más que avanzar en el camino hacia el ideal técnico. Siempre queda un bug que solucionar, una mejora que hacer… siempre hay algo que te reconcome por dentro diciéndote: “todavía no”.

Pero llega un momento en el que hay que saber ignorar esa voz. En desarrollo software, esto se traduce en pasar de la versión 0.9.9.9.8.9.b a la 1.0. Y ese número acojona. Acojona que no veas. Ese número significa que la gente que usa tu aplicación tiene derecho a esperar algo que está terminado. Algo que funciona sin sustos ni preocupaciones. Algo que cuesta dinero. La buena noticia es que un equipo de desarrollo convenientemente dirigido sabrá dar el salto al 1.0 en el momento adecuado, cuando la aplicación es estable y funciona correctamente en un 99% de los casos. Clientes satisfechos, usuarios felices. ¿Fin de la historia?

Ni de lejos. Para un desarrollador implicado con su trabajo (con su creación), los problemas de ese 1% restante pesan más que la tranquilidad del otro 99%. Los escucha por las noches y no le dejan dormir. Efectivamente, ser “padre” da muchas preocupaciones, aunque la inmensa mayoría del tiempo todo vaya como la seda.

Además, están los problemas que sólo existen en la cabeza del desarrollador. Se trata de vulnerabilidades teóricamente posibles que han sido identificadas en la mente de ese programador astuto que va tres pasos por delante del resto, pero que no han podido acometerse antes del paso al 1.0 porque alguien decidió que el trabajo ya estaba hecho. Lo curioso del asunto es que en este caso ambas partes tienen razón. Teóricamente, es probable que el código no sea lo suficientemente robusto ante un sofisticadísimo ataque malintencionado, o que el servidor no cuente con recursos suficientes para gestionar un chaparrón de miles de peticiones por segundo. Pero es igualmente cierto que ambas ocurrencias son, cuando menos, altamente improbables de la noche a la mañana. Lo cual no les impide estar siempre presentes en la cabeza de todo el equipo.

Así pues, se trata de un continuo tira y afloja entre la parte del equipo que persigue a toda costa la excelencia técnica, y quienes deben preocuparse por hacer frente a las necesidades del mundo real. Tan sólo mediante un correcto equilibrio entre ambas partes se puede lograr el éxito. Tan catastrófico puede resultar un producto a medio hacer, como un equipo atascado en un bucle de desarrollo sin fin.

Todo esto viene a colación de la reciente noticia por parte de la Comisión de Precios del Consorcio de Transportes de Madrid de que, a partir de hoy, el precio del billete sencillo de Metro se incrementa en un 50%, hasta 1,50 €.

Por si alguien no se ha enterado, el Metro de Madrid está terminado desde hace años. Con una cobertura más que razonable de la zona urbana madrileña, se trata de uno de los mejores metros del mundo, si no el mejor. Además, la ciudad dispone de la más que capaz red de Cercanías y los autobuses urbanos e interurbanos, completando lo que es sin duda uno de los mejores sistemas de transporte público que existen. Se mire como se mire, el Metro de Madrid está hecho. Está hecho de cojones.

Y sin embargo, verano tras verano, se halla siempre en continuas obras de mejora y ampliación. Más grande, más rápido. Mejor. Todo ello a costa de endeudar el gobierno de la ciudad hasta el extremo, y de verse obligados a subir los precios una y otra vez para hacer frente a los costes de las reformas. Claramente alguien tiene que decir basta. Con la crisis a tope, por mucho que oigamos que está a puntito de terminarse (esta vez sí, de verdad de la buena), no parece muy sensato continuar quemando fondos en una de las pocas cosas que tenemos que verdaderamente funcionan bien. En lugar de eso, estoy seguro de que hay otras muchas áreas sociales que merecen la atención y el esfuerzo del señor alcalde. Desgraciadamente, un Metro moderno vende mucho. Consigue votos, tanto en las elecciones de aquí como en las de la candidatura olímpica, que por otro lado siempre nos ha ido de perlas. Visto el panorama y si me preguntan, mucho me temo que vamos a tener obras para rato.

No cabe duda de que los madrileños pueden (podemos) presumir de tener el Mejor Metro del Mundo. Se trata de un gran eslógan pero, ¿a qué precio? Si esto sigue así vamos a tener que fijarnos en el anuncio del turrón 1880. A partir del próximo año, ya podremos anunciar bien orgullosos:

Metro de Madrid, el Metro Más Caro del Mundo.

Cita del día →

14/03/2011 |

Si Dios existe, espero que tenga una buena excusa.

Woody Allen (1935 - )

El ecologista ecologizado →

14/03/2011 |

Arturo Pérez-Reverte:

Según la disposición cuarenta y siete barra ochenta, indicó, o una de ésas, los libros apilados en el suelo podían obstaculizar el paso de los bomberos en caso de incendio. Sin contar con el peligro de tener tanto papel -material inflamable- en un edificio de apartamentos. Y mientras Dani, boquiabierto, intentaba deglutir aquello, el otro se asomó a la cocina y dijo literalmente: ajá, qué es lo que veo, tres granos de arroz integral sueltos sobre una mesa.

Muy buen artículo, con la dosis justa de humor y de reivindicación social. Me gusta cuando mantiene el equilibrio como hace aquí. Lástima que últimamente tienda más hacia la crítica, hueca en ocasiones.

Incluso en esas ocasiones, no le falta razón, pero personalmente le prefiero socarrón y cachondo antes que gris y cruel.

El Hospital VIHrtual es una realidad

14/03/2011

En los últimos años, varios de mis compañeros del Grupo de Bioingeniería y Telemedicina de la UPM han estado involucrados en un proyecto muy bonito: una experiencia pionera en el mundo en el tratamiento de pacientes con VIH. La puesta en marcha del proyecto ya es oficial, y varios medios nacionales se han hecho eco de la noticia.

Personalmente, estoy muy contento por mis compañeros, ha sido un duro trabajo que ahora comienza a dar fruto.

¡Enhorabuena!

Vía Europa Press | El País | El Mundo

La penúltima

11/03/2011

Tengo un buen amigo con el que he salido muchas veces de copas. Entre nosotros existe un lenguaje oculto, una especie de ley de la barra, extraña para todo aquel que no esté familiarizado con antros de luz tenue, bebida barata y buena compañía. Las mejores historias se cuentan en lugares así, y lo que allí se escucha queda entre él y yo, dos vasos vacíos, y una mirada cómplice que asiente detrás de la barra.

Se trata de barricadas donde no hay sitio para rodeos, para juicios de valor o vergüenza. En su lugar, honestidad brutal, a quemarropa, y la tranquilidad de saber que un amigo nunca bebe sólo. Ésa es la primera regla.

Gin and Tonic

En noches así, no hay muchas reglas, pero las que hay están ahí porque cumplen su función. Porque muchos amigos antes que nosotros ocuparon el mismo espacio en una realidad pasada. Algunas cosas nunca cambian. El humo de esos locales, tan denso que apenas nos permite vernos, no proviene de los cigarrillos, sino de los rincones más oscuros dentro de cada uno de nosotros. Soltarlo es la mejor manera de mantenerse cuerdo.

La segunda regla es que no existe la última copa. Con frecuencia, la noche nos encuentra moviéndonos de un sitio a otro, cambiando de forma pero nunca de fondo. No importa donde vayamos, siempre estamos los mismos. El viejo barman que apuró la botella en el bar anterior se oculta ahora bajo una camiseta escotada, ojos grises, vaqueros ajustados y demasiado maquillaje. El hombre que se gastaba el sueldo del mes en la tragaperras prueba ahora su suerte en forma de chaval joven, acercándose tímido al grupo de chicas que acaba de entrar haciendo demasiado ruido. Uno tras otro, vamos reconociendo los mismos personajes de una obra que se interpreta desde hace siglos, hasta que la noche se agota e, inevitablemente, llega el momento de pedir la penúltima.

Porque siempre es la penúltima. La noche terminará, pero él y yo sabemos que el final no es sino un aplazamiento. Habrá más noches, más risas, más copas, y todas ellas terminarán con un brindis. Un homenaje a las cosas que se entienden sin que sea necesario decirlas. Una celebración en reconocimiento de algo que es anterior a nosotros mismos.

Hace unas noches, estaba fuera con otro amigo por Madrid. Era una noche en la que podríamos haber ido a cualquier sitio, pero el azar quiso que fuéramos a la Taberna de Peligros, uno de esos refugios disfrazados de bar. Allí, recibimos la noticia de que el Peligros cerraba sus puertas definitivamente, y tuvimos el honor de ser los últimos a los que se sirvió. Esa noche, un amigo se disfrazó de otro, y juntos representamos un papel que nos sabíamos de memoria. Por todos los que habían pasado antes por allí, y que tendrán que encontrar otro sitio donde respirar, nos acercamos a la barra, y observamos atentos mientras nos ponían la penúltima copa.