Pero los nuevos ricos del sur tenían más apego a los vehículos a motor y al estatus que generaban. Hasta la crisis, que invitó a realizar una reflexión profunda sobre el modelo socioeconómico que defendíamos. La manera en la que nos movemos en las ciudades, incluida. Cuando pensamos, la bicicleta gana.
Sí señor. Cuando pensamos, la bicicleta gana. Feliz Cumpleaños y, sobre todo, que cumplas muchos más.
∞]]>Con dos cojones.
Lo de El País con Apple ya es de risa, la verdad. Vale que no siempre es fácil pensar en un titular negativo sobre Apple, que tenga gancho para arrancar unas cuantas visitas. Vale. Eso lo entiendo pero, ¿de verdad es esto lo mejor que han sido capaces de pensar?
Por supuesto, el enlace no es a la web de El País, porque no quiero contribuir a generarles ni un click más en sus preciosos banners de publicidad.
Sinceramente, da un poquito de pena.
∞]]>Precioso artículo, y lleno de información útil. Muy recomendable.
∞]]>Para muestra, un botón: un artículo recientemente publicado en la sección de tecnología de la edición online de El País, titulado “Me siento estafado”, y firmado por Chiqui De La Fuente.
Se trata, como sugiere el título, de un artículo de opinión. Y ya se sabe que la opinión es un tema curioso porque, como dice el dicho, para gustos los colores. Parece pues, que bajo la bandera de la opinión está permitido casi todo, incluyendo la publicación de artículos tan ineptos y marcadamente malintencionados como el que suscribe el Sr. De La Fuente, que además es directamente falso.
En el artículo, el Sr. De La Fuente lamenta sentirse estafado porque el iPad que compró “hace apenas 3 años” no es actualizable a iOS 7, la recién estrenada nueva versión del sistema operativo móvil de Apple. Una crítica que, de por sí, podría ser válida, si no fuera porque es completamente falsa, además de denotar un profundo desconocimiento del sector de los dispositivos móviles, donde la evolución tecnológica se produce a un ritmo vertiginoso. Pero vayamos por partes.
Dejemos a un lado el hecho de que el artículo no es más que un obvio y pobre intento de generar atención (los clicks de la publicidad, amigos). Esto ya sería suficiente como para cuestionar su publicación por parte de un medio como El País, pero hoy me siento con ánimos de picar el anzuelo, así que veamos un ejemplo. El Sr. De La Fuente comienza ensalzando las virtudes de su iPad, una maniobra de sobra conocida en este tipo de artículos, aunque incluso en esta parte se excede en sus comentarios:
Otra cualidad importante es que se actualiza él solito. Cuando una aplicación saca una versión más avanzada, con solo darle a un botón ya la tenemos disponible en nuestra tableta, lista para su uso.
Esto es, obviamente, una contradicción, pues si se actualizara “él solito” no sería necesario darle a ningún botón. Precisamente iOS 7 introduce por primera vez la actualización verdaderamente automática de las aplicaciones, cosa que al Sr. De La Fuente no parece aportarle mucho, ya que aparentemente él está contento con el sistema tradicional. Sigamos:
Pero hete aquí que los responsables de la marca de la manzana han decidido sacar al mercado una nueva versión del sistema operativo (el software que hace funcionar el aparato) y que ese iPad, el que usted y yo tenemos, ya no se puede actualizar. De la noche a la mañana, es un aparato antiguo. Se ha quedado obsoleto.
Aquí es donde llegamos a la parte importante. Esto es, para que me entiendan, sencillamente falso. Es, además, falso se mire por donde se mire. Fíjense que el Sr. De La Fuente evita mencionar explícitamente el modelo concreto de iPad que compró. Si tomamos su palabra como válida (visto lo visto, un riesgo, lo sé), caben dos posibilidades: que se trate del iPad original o que se trate del iPad 2. Curiosamente, no importa de qué modelo se trate, la premisa del artículo es falsa en ambos casos.
Si entendemos que el iPad del Sr. De La Fuente es el iPad 2, que se comercializó en España el 25 de marzo de 2011 (hace dos años y medio), la premisa es falsa: el iPad 2 sí que es compatible con iOS 7. Lógico, pues se trata de un dispositivo que actualmente sigue en venta. De hecho, el iPad 2 es un producto anómalo en la oferta de Apple precisamente por su extensa longevidad, algo que el Sr. De La Fuente, convenientemente, no acierta a mencionar.
Si, en cambio, entendemos que el iPad del Sr. De La Fuente es el iPad original, anunciado el 27 de enero de 2010 y que salió a la venta en España en mayo de ese mismo año, la premisa es igualmente falsa: el iPad original quedó limitado a iOS 5.1.1#Software) (fuente en inglés), es decir, no pudo actualizarse a iOS 6, con lo que en realidad su supuesta obsolescencia ocurrió hace aproximadamente un año y no ahora.
Así pues, ¿debemos creer que al Sr. De La Fuente le indigna tanto un asunto que ha tardado más de un año en descubrir? ¿O tal vez son otros intereses los que le llevan a manipular la verdad para poder criticar a Apple en este preciso momento? ¿Por qué permite El País la publicación de un artículo tan lamentablemente mal documentado y no contrastado en absoluto? Soy tan defensor de la libertad de expresión (y de opinión) como cualquiera, pero esto no un problema de opinión: es, simplemente, mentir.
El resto del artículo no es más que una repetición de los mismos argumentos sin ninguna base que tantas veces se esgrimen para criticar a Apple, como si sólo fueran aplicables exclusivamente a la compañía de Cupertino. Por ejemplo:
Ningún consumidor medio en su sano juicio hace una inversión importante de dinero en un cacharrito que en apenas tres o cuatro años va a ser más inservible que un vídeo betamax.
Otra afirmación falsa. Un dispositivo que no es compatible con la última actualización de un sistema operativo no es, ni mucho menos, inservible. Actualmente hay millones de iPads originales siendo usados en todo el mundo por gente que, a diferencia del Sr. De La Fuente, entiende que estar a la última no es indispensable. Esto es, además, especialmente digno de mención porque implica una considerable falta de respeto al lector: cualquiera que no esté de acuerdo no debe estar “en su sano juicio”. Debe ser eso, que los millones de clientes satisfechos de Apple somos todos tontos, y el único listo es él.
El mensaje que Apple lanza a sus clientes es algo así como: “Si no puede actualizar nuestros productos, no merece pertenecer a nuestro club”. Una verdadera lástima y quién sabe si un importante error estratégico, porque en el mercado hay otras opciones, algunas de ellas más asequibles y con sistemas operativos que no discriminan por razón de edad.
De nuevo, una falsedad. Me gustaría saber cuántos móviles o tablets Android fabricados en 2010 son compatibles con la última versión del sistema operativo, Android 4.3 Jelly Bean. Apuesto a que esa cifra sí que daría para un artículo interesante.
En fin, podría seguir pero creo que el asunto está claro, juzguen ustedes mismos. Para terminar, me quedo con la última frase del artículo:
Yo, como consumidor, me siento estafado.
Por fin, en la última frase, algo en lo que el Sr. De La Fuente y yo coincidimos. Yo, como lector, también me siento estafado.
]]>La reforma del reglamento general de circulación que prepara la directora de la DGT, María Seguí, pese a contener algunas cosas positivas, es desde el punto de vista de todo el sector ligado a la bicicleta de España y Europa un torpedo en la línea de flotación del impulso que en estos últimos años se está dando en la normalización de la bicicleta en las ciudades españolas. La manera de proceder de esta señora, su oscurantismo, su falta de diálogo, su prepotencia, la falta de datos que avalen las medidas que quiere tomar respecto a la bicicleta y su desprecio hacia las visiones más avanzadas de la seguridad vial respecto de la bicicleta, la descalifican para llevar a buen puerto dicha reforma y nos llevan a pedir la destitución de la señora Seguí.
Pues sí, estoy totalmente de acuerdo. Un cargo público debe ocuparse con la voluntad de servir y defender los intereses de todos los españoles, no para imponer criterios personales que van más allá de toda evidencia estadística y científica. Cuando no se escucha a los ciudadanos ni se atiende a razones, es hora de irse.
∞]]>Estimada señora Seguí,
Me dirijo a usted como madrileño y ciclista urbano, para mostrarle mi profundo desacuerdo con la reforma del Reglamento General de Circulación que está actualmente en trámite de aprobación.
Concretamente, las modificaciones que más me preocupan son las siguientes:
Estas dos medidas, entre varias otras, lejos de mejorar la calidad y seguridad de la circulación en bicicleta por nuestras ciudades, las deterioran considerablemente.
En particular, la obligatoriedad del casco es especialmente preocupante. Tal y como muestran numerosos estudios realizados al respecto, el casco obligatorio reduce sensiblemente el número de ciclistas en las calles sin proporcionar una adecuada protección en caso de accidente grave, cosa que estoy seguro usted conoce. En cualquier caso, le recomiendo que vea el siguiente vídeo para contar con una perspectiva distinta a la que ustedes le están dando al asunto:
TEDx Copenhagen - Why we shouldn’t bike with a helmet.
Estoy perplejo ante la increíble realidad de que estas medidas se encuentren actualmente en el borrador del RGC entregado al Ministerio del Interior. Se trata de medidas profundamente injustas que afectarán negativamente a muchas personas cada día, que no cuentan con ninguna justificación científica ni estadística que las avale, y que harán que la circulación en nuestras ciudades continúe siendo caótica, contaminante, y esté muy por detrás de otros países europeos y del resto del mundo. Países que hace tiempo que se dieron cuenta de que la bicicleta es una solución, y no un problema.
Por todo esto, le ruego que escuche a las numerosas asociaciones ciclistas, españolas y del resto del mundo, que unánimemente han mostrado su rechazo a esta reforma. Le pido que reconsidere la postura oficial de la DGT, y que se eliminen del borrador estas medidas tan injustas y discriminatorias para con los muchos españoles que día a día dependemos de la bicicleta para desplazarnos por nuestras ciudades.
Atentamente, Álvaro Serrano.
]]>El Ministerio de Interior anunció ayer, de forma intempestiva, que en la modificación del Reglamento General de Circulación va a incluir la obligatoriedad del uso del casco en vías urbanas.
Lo más preocupante es la total ausencia de negociación en el proceso: la medida aparentemente ha salido de la chistera del ministro, que ha debido pensar que iba a quedar de maravilla con el anuncio, preocupándose por la seguridad de los ciclistas, pobrecitos. Si es por vuestro bien. Ya me lo agradeceréis.
La triste realidad es que lo único que consigue con esto es putear a la gente que, como yo, disfruta de la bici a diario y la emplea como medio de transporte de forma habitual. Si quieren ayudarnos, que legislen para que se respete al ciclista en la carretera, no para obligarle a vestirse de Power Ranger para poder circular legalmente. Entre el chaleco reflectante y el casco, ¿cuánta gente se lo va a pensar dos veces antes de coger la bici?
Diversos estudios muestran que en ciudad, debido a las velocidades que alcanzan las bicicletas, el casco no implica una drástica mejora de la seguridad como en el caso de las motos. Sí que genera, en cambio, una disminución drástica del número de pedaleantes como muestra la desastrosa experiencia australiana, donde se obligó su uso.
Esta medida no sólo es impopular, sino también ridícula, ineficaz, y probablemente dañará la propia causa que pretende proteger. La simple realidad es que la solución son más bicis, no más cascos: cuantas más bicis circulan a diario por una ciudad, mejor para todos. Mejor para los ciclistas, ya que el aumento en número y por tanto en visibilidad es la mejor garantía para su seguridad; mejor para la ciudad, porque el tráfico se reduce considerablemente; y mejor para el planeta, porque de un plumazo se reducen las emisiones a cero. Desde luego a la ciudad de Madrid le vendrían bien unos cuantos ciclistas más por sus calles para reducir la famosa boina de contaminación.
Desgraciadamente, si nos fijamos en la experiencia pasada de otros, esta medida conseguirá todo lo contrario:
Ninguno de los países centroeuropeos, con más experiencia en bici, ha legislado en esta dirección; de hecho en el mundo solo un par de países obligan al uso del casco en ciudad. Si se llega a aprobar, habrá menos bicis en las ciudades. Y eso, además de nefasto para la movilidad, sí que aumentará la siniestralidad ciclista. Europa para unas cosas, política irreflexiva para otras.
Una vez más, nuestra clase política se cubre de gloria. En su línea. Esto es España, donde nos encanta presumir de ser los más listos y los que más sabemos de todo, cuando en realidad no tenemos ni puta idea de nada. Y así nos va.
Aún no es tarde para darle la vuelta a esto, pero la cosa no pinta bien. Si queréis ayudar, podéis firmar esta petición: #NOalCascoObligatorioConBici.
]]>Pero cómo he podido no ver esto antes. Antológico. ¿Dije un Martini con Frank en Las Vegas? Olvidadlo. Donde esté una noche de farra con él en Madrid, que se quite todo.
Para muestra, un botón:
Los días en que el rodaje empezaba a primerísima hora de la mañana teníamos que quedarnos en el hotel, en el Felipe II, en el Escorial. Entonces comenzábamos a beber en el bar del hotel a las siete de la tarde, y un par de horas más tarde ya estábamos deseando pegarle fuego a todo. Una de aquellas noches nos dio por lanzar sillas contra un retrato de Franco que estaba bastante alto. Los del hotel iban de un lado a otro llevándose las manos a la cabeza y diciendo que acabaríamos todos en la cárcel. La primera noche fue Sinatra el que propuso la competición. La segunda fui yo. Esa otra noche estaba especialmente venado porque Gloria DeHaven se me había escapado viva.
Porque, en aquel momento, parecía una buena idea. Cómo les comprendo. Por supuesto, la iniciativa acabó como suelen acabar esas cosas:
Aquella noche en el Felipe II me la vuelvo a encontrar, volvemos a hablar, y cuando parecía que ya estaba a punto de caramelo aparece el jodido de Carter y se me la lleva a Madrid. Cogí una botella y Sinatra se apuntó en seguida. Bebimos como fieras y antes de darme cuenta ya estaba yo lanzando sillas. Estábamos tan borrachos que aquella noche no le dimos ni al marco.
Mítico. La jodida definición de la palabra Mítico. No penséis que os he destripado gran cosa del artículo, por cierto. Es una auténtica joya que merece ser leída despacito, con calma. Y como guinda final hay una anécdota deliciosa con Ava Gardner que mejor no os cuento porque sería un crimen.
Disfrutadlo.
∞]]>Increíble relato de Perico Vidal. Daría el dedo meñique de mi mano izquierda por haberme podido tomar un Martini con Frank en las Vegas. Sólo uno. Hubiera sido épico.
∞]]>La música existe únicamente en sus cabezas. Notas que se suceden lenta pero inequívocamente en el silencio de la madrugada, sugiriendo caricias y guiños. Posibilidades. La melodía que mece los movimientos de los dos jóvenes aún no ha sido compuesta, y sin embargo eso no les impide encontrar la armonía en el cuerpo ajeno que por momentos se siente propio, la complicidad en medio del caos. Mientras, a su alrededor, el mundo sigue su curso, ignorando el milagro que en ese instante se produce en una calle perdida de la noche madrileña.
Hace trece mil millones de años toda la materia del Universo estaba contenida en un solo punto. Tiempo y espacio no existían, y nuestro diminuto planeta azul estaba lejos de haber sido imaginado por los dioses. En apenas un parpadeo, todo cambia, y el caprichoso evento que marca el inicio de nuestro viaje tiene lugar. Nuestras mentes más brillantes coinciden en que el Big Bang, pese a su nombre, no fue grande en absoluto: cómo serlo cuando las dimensiones no existen. Sin embargo, resulta sobrecogedor imaginar la magnitud de sus consecuencias. Millones de años después, en un gesto que desafía a la ciencia y a la lógica, la infinita serie de eventos que crearon nuestro mundo continúa en esa pequeña calle, donde las probabilidades cuánticas se desploman y culminan en los ojos oscuros de una muchacha nerviosa que no puede contener la sonrisa, absorta mientras baila abrazada al compás de una melodía imaginaria y se abandona al precioso momento que el azar y el Universo han creado para ella.
En esos ojos que lo miran con curiosidad, el chico se ve reflejado y, por primera vez, cree entender la razón de su existencia. Durante un breve instante, cuando la melodía insinúa una tregua, casi alcanza a descifrar el misterio oculto en la oscuridad de esas pupilas vivas y rápidas. La increíble sucesión de accidentes que le han llevado hasta allí, y el guiño que Universo le hace. El nerviosismo inicial deja paso a la tranquilidad, y cuando su mano se detiene en el cuello de ella, ya no piensa en lo que ocurre a su alrededor. En el instante que tardan sus labios en recorrer el escaso espacio que les separa de los de ella, centenares de estrellas se apagan en algún lugar, y muchas otras comienzan a brillar por primera vez, silenciando mundos enteros y viendo nacer otros nuevos. Tal es el ciclo de las cosas. Y cuando por fin se encuentran, cuando el milagro se vuelve real, los dos jóvenes se permiten olvidar por un momento todo lo que creían conocer, y nada más existe aparte de aquella calle donde el sol de la mañana aún tiene prohibida la entrada.
En apenas unos minutos la ciudad comenzará a despertar, como un gigante perezoso que bosteza y se estira deseando unos momentos más de descanso, sólo un rato más de silencio y tranquilidad. Una hora después el ruido y la frenética actividad de la realidad reclamarán de nuevo las calles, borrando de un plumazo el espejismo que envuelve a los muchachos y les convierte en el centro de todo lo que de verdad importa. Pero eso será más tarde. Ahora, aún en calma, la ciudad se torna el escenario de una victoria épica. Ahora, en ese instante que apura la noche hasta el final, dos jóvenes cometen la osadía de desafiar a las probabilidades, y se convierten en héroes mientras emprenden cogidos de la mano el camino de regreso a casa.
Somos fugaces. La vida del ser humano es sólo un parpadeo en un inmenso océano de tiempo, y los momentos que el Universo nos brinda son únicos e irrepetibles. Preciosos. Han costado demasiado, infinidad de accidentes, casualidades, tragedias y errores, como para desperdiciarlos. Como para simplemente dejarlos pasar.
]]>Otra vez. No sé como lo hace, pero cada vez que Alberto escribe algo así se me remueve el estómago y todo el resto del aparato digestivo. El muy cabrón.
∞]]>Viajar en transporte público por la red regional de Madrid (autobuses, metro y cercanías) costará más a partir de mayo. Casi todas las tarifas suben, con una media del 11% de aumento. Es el mayor incremento porcentual desde hace casi una década, cuando Esperanza Aguirre asumió la presidencia de la Comunidad de Madrid en 2003.
Otra razón más para moverse en bici por Madrid.
∞]]>Corren tiempos difíciles. Acabamos de salir de una Huelga General, y las cosas no pintan mucho mejor ahora de lo que lo hacían hace varios meses, cuando todos pensábamos que un entusiasta cambio de gobierno era la receta mágica que necesitábamos para salir de ésta. ¡Abracadabra, crecimiento económico! ¡Alakazam, empleo!
Pues no. Tenemos gobierno nuevo y vida nueva, pero la misma mierda sigue ahogando a los de siempre. Que cada vez somos más. Y lo mejor de todo es que los verdaderos causantes de este desaguisado siguen mirándonos desde la distancia, descojonándose mientras se hartan de marisco y se otorgan compensaciones millonarias complementadas con efusivas palmaditas en la espalda, plas, plas.
Se mire como se mire, estamos jodidos. Somos un pais roto por la ambición desmesurada de unos pocos y la despreciable complicidad de algunos más, que siempre encontraron más sencillo callarse y mirar hacia otro lado que decir y hacer lo correcto. Porque la integridad y la decencia en este nido de víboras te llevan sólo al olvido y la irrelevancia. Así somos. En eso nos hemos convertido tras décadas de vida fácil, integración europea y globalización. Duele oírlo, pero es la puta verdad. En algún lugar del camino, los españoles hemos olvidado nuestra naturaleza.
Hubo un tiempo en que nuestro corazón hablaba alto y claro. Tras 40 años a la sombra de un régimen que aplastó nuestro espíritu, los españoles encontramos contra todo pronóstico la fuerza y la ilusión para recuperar nuestra libertad y construir entre todos una realidad mejor. La clase política que aquel día asumió la responsabilidad de enderezar un pais hundido estaba en realidad sosteniendo el alma de millones de personas en un grito colectivo, un pais entero harto de estar maniatado que ansiaba ponerse en pie. Lejos y olvidados quedan ya el idealismo y la entereza de aquellos hombres y mujeres que supieron estar a la altura de las circunstancias. Qué triste echar un vistazo al parlamento actual, diputados, senadores, ministros y ministras de lo propio y lo ajeno, y ver en qué se han convertido.
La Transición, si bien es el ejemplo más reciente, no es la única vez que este pueblo ha necesitado recurrir a la heroica para enderezar las cosas, y en cada ocasión ha encontrado la fuerza para hacer lo que era necesario, apelando a la casta y el valor que sólo se encuentran a través de la desesperación. Cuando ya está todo perdido, los riesgos son mucho más relativos. Y si no, que se lo pregunten a los franceses.
Cuando echo un vistazo a mi alrededor, me pregunto si la Historia no está a punto de repetirse. ¿Cuánto más podemos tragar? ¿Qué hará falta para que digamos basta? ¿Para que exijamos a nuestros representantes que dejen de insultar nuestra memoria y de arrastrar nuestra ilusión y nuestro sudor por el fango mientras se llenan los bolsillos? ¿Qué hará falta?
La increíble permisividad que existe para con la corrupción en el seno de las instituciones que deben velar por nuestro bienestar no es sino una muestra de la putrefacción que se ha apoderado del actual sistema político. Llegados a este punto, no importa el signo político, la ideología o la religión. Los gérmenes están tan dentro del sistema que la amputación empieza a parecer la única manera de salvar lo queda de nosotros, antes de que la infección se extienda y resulte incurable.
Si queremos culpar a alguien, haríamos bien en empezar mirándonos a un espejo. Tan culpables, tan lamentables como los que trincan, somos todos los que día tras día observamos en silencio cómo se descojonan en nuestras narices sin hacer nada. Nos quejamos, si, pero nos falta el valor de hacer lo que es necesario. Como dijo Edmund Burke, “lo único que hace falta para que triunfe el mal es que los buenos no hagan nada”.
Los buenos. Es decir, nosotros. Todos, sin excepción. No basta con indignarse. El movimiento del 15-M pareció indicar el primer paso serio hacia una reacción popular que consiguió llenar de ilusión a mucha gente, incluído yo. Pero hasta la fecha, lo que prometía tanto se ha quedado una vez más en ese triste quiero y no puedo que tanto nos caracteriza. Con qué facilidad encontramos excusas cuando la realidad nos duele. Yo aún creo que es una cuestión de tiempo, y que la acción drástica para cambiar las cosas no sólo es inevitable, sino que debe tener su origen en el pueblo. No puede suceder de otra manera, no mientras el control del sistema siga en manos de la misma calaña. Pero me pregunto, ¿qué hará falta?
Sin embargo, por muy desesperada que parezca la situación, todavía quedan razones para el optimismo, como casi siempre. Todo tiene solución, menos la muerte y Hacienda. Y de la muerte no estoy seguro.
Al pensar en ello me doy cuenta de que ese valor testarudo, ese idealismo inconsciente, ese coraje ilógico que siempre hemos llevado por bandera no están tan olvidados como parece. Continúan presentes en algunos resquicios de nuestra mente colectiva, esperando a que nos demos cuenta de una maldita vez de que seguimos siendo los mismos. Lo veo en nuestros científicos, hombres y mujeres que desafían continuamente los límites del conocimiento humano en su esfuerzo por arrojar luz sobre nuestra historia y construir los cimientos de nuestro futuro. Por sacar a la humanidad de su infancia evolutiva a través del conocimiento y la razón. Lo veo en nuestros artistas: músicos, escritores, cineastas, pintores, fotógrafos. A través de su obra tratan de mostrarnos de qué estamos hechos en realidad, de quitar de nuestros ojos la venda que nos impide reconocernos a nosotros mismos. Lo veo en una canción de Sabina, en un artículo de Reverte, en un cuadro de Picasso. Esperanza. Genio. Futuro.
También lo veo en nuestros atletas, que año tras año se burlan de la lógica y le enseñan al planeta entero que aunque no seamos el pais más grande o el más rico, con valor y determinación todo se puede lograr. Lo veo en la selección española de fútbol, y en la de baloncesto. Lo veo en nuestros ciclistas. Y sobre todo, lo veo en Rafael Nadal. La convicción y la testarudez del que sabe que bajar los brazos, sencillamente, no es una opción. ¿Dolor? Sí. ¿Cansancio? Desde luego. ¿Rendirse? Jamás.
¿Rendirse? Jamás.
]]>Todo puede suceder si lo maquina un dios.
Sófocles (495 adC. - 406 adC.).
∞]]>La primera misiva ya revolucionó la blogosfera española hace una semana, y esta segunda entrega no hace sino aumentar el mito.
Grande, Alberto. En este país, aquí y ahora, necesitamos mucha más gente como tú.
∞]]>Una de las cosas más difíciles en un proyecto de ingeniería consiste en saber cuando algo está terminado. No hablo de la perfección, nada de eso. Me refiero a ese instante, esa etapa en la que tu trabajo pasa de “ya casi” a “está hecho”. Por supuesto, si del desarrollador dependiera, el proyecto jamás estaría hecho. En nuestra cabeza, siempre hay un paso más que avanzar en el camino hacia el ideal técnico. Siempre queda un bug que solucionar, una mejora que hacer… siempre hay algo que te reconcome por dentro diciéndote: “todavía no”.
Pero llega un momento en el que hay que saber ignorar esa voz. En desarrollo software, esto se traduce en pasar de la versión 0.9.9.9.8.9.b a la 1.0. Y ese número acojona. Acojona que no veas. Ese número significa que la gente que usa tu aplicación tiene derecho a esperar algo que está terminado. Algo que funciona sin sustos ni preocupaciones. Algo que cuesta dinero. La buena noticia es que un equipo de desarrollo convenientemente dirigido sabrá dar el salto al 1.0 en el momento adecuado, cuando la aplicación es estable y funciona correctamente en un 99% de los casos. Clientes satisfechos, usuarios felices. ¿Fin de la historia?
Ni de lejos. Para un desarrollador implicado con su trabajo (con su creación), los problemas de ese 1% restante pesan más que la tranquilidad del otro 99%. Los escucha por las noches y no le dejan dormir. Efectivamente, ser “padre” da muchas preocupaciones, aunque la inmensa mayoría del tiempo todo vaya como la seda.
Además, están los problemas que sólo existen en la cabeza del desarrollador. Se trata de vulnerabilidades teóricamente posibles que han sido identificadas en la mente de ese programador astuto que va tres pasos por delante del resto, pero que no han podido acometerse antes del paso al 1.0 porque alguien decidió que el trabajo ya estaba hecho. Lo curioso del asunto es que en este caso ambas partes tienen razón. Teóricamente, es probable que el código no sea lo suficientemente robusto ante un sofisticadísimo ataque malintencionado, o que el servidor no cuente con recursos suficientes para gestionar un chaparrón de miles de peticiones por segundo. Pero es igualmente cierto que ambas ocurrencias son, cuando menos, altamente improbables de la noche a la mañana. Lo cual no les impide estar siempre presentes en la cabeza de todo el equipo.
Así pues, se trata de un continuo tira y afloja entre la parte del equipo que persigue a toda costa la excelencia técnica, y quienes deben preocuparse por hacer frente a las necesidades del mundo real. Tan sólo mediante un correcto equilibrio entre ambas partes se puede lograr el éxito. Tan catastrófico puede resultar un producto a medio hacer, como un equipo atascado en un bucle de desarrollo sin fin.
Todo esto viene a colación de la reciente noticia por parte de la Comisión de Precios del Consorcio de Transportes de Madrid de que, a partir de hoy, el precio del billete sencillo de Metro se incrementa en un 50%, hasta 1,50 €.
Por si alguien no se ha enterado, el Metro de Madrid está terminado desde hace años. Con una cobertura más que razonable de la zona urbana madrileña, se trata de uno de los mejores metros del mundo, si no el mejor. Además, la ciudad dispone de la más que capaz red de Cercanías y los autobuses urbanos e interurbanos, completando lo que es sin duda uno de los mejores sistemas de transporte público que existen. Se mire como se mire, el Metro de Madrid está hecho. Está hecho de cojones.
Y sin embargo, verano tras verano, se halla siempre en continuas obras de mejora y ampliación. Más grande, más rápido. Mejor. Todo ello a costa de endeudar el gobierno de la ciudad hasta el extremo, y de verse obligados a subir los precios una y otra vez para hacer frente a los costes de las reformas. Claramente alguien tiene que decir basta. Con la crisis a tope, por mucho que oigamos que está a puntito de terminarse (esta vez sí, de verdad de la buena), no parece muy sensato continuar quemando fondos en una de las pocas cosas que tenemos que verdaderamente funcionan bien. En lugar de eso, estoy seguro de que hay otras muchas áreas sociales que merecen la atención y el esfuerzo del señor alcalde. Desgraciadamente, un Metro moderno vende mucho. Consigue votos, tanto en las elecciones de aquí como en las de la candidatura olímpica, que por otro lado siempre nos ha ido de perlas. Visto el panorama y si me preguntan, mucho me temo que vamos a tener obras para rato.
No cabe duda de que los madrileños pueden (podemos) presumir de tener el Mejor Metro del Mundo. Se trata de un gran eslógan pero, ¿a qué precio? Si esto sigue así vamos a tener que fijarnos en el anuncio del turrón 1880. A partir del próximo año, ya podremos anunciar bien orgullosos:
Metro de Madrid, el Metro Más Caro del Mundo.
]]>Si Dios existe, espero que tenga una buena excusa.
Woody Allen (1935 - )
∞]]>Según la disposición cuarenta y siete barra ochenta, indicó, o una de ésas, los libros apilados en el suelo podían obstaculizar el paso de los bomberos en caso de incendio. Sin contar con el peligro de tener tanto papel -material inflamable- en un edificio de apartamentos. Y mientras Dani, boquiabierto, intentaba deglutir aquello, el otro se asomó a la cocina y dijo literalmente: ajá, qué es lo que veo, tres granos de arroz integral sueltos sobre una mesa.
Muy buen artículo, con la dosis justa de humor y de reivindicación social. Me gusta cuando mantiene el equilibrio como hace aquí. Lástima que últimamente tienda más hacia la crítica, hueca en ocasiones.
Incluso en esas ocasiones, no le falta razón, pero personalmente le prefiero socarrón y cachondo antes que gris y cruel.
∞]]>Personalmente, estoy muy contento por mis compañeros, ha sido un duro trabajo que ahora comienza a dar fruto.
¡Enhorabuena!
Vía Europa Press | El País | El Mundo
]]>Se trata de barricadas donde no hay sitio para rodeos, para juicios de valor o vergüenza. En su lugar, honestidad brutal, a quemarropa, y la tranquilidad de saber que un amigo nunca bebe sólo. Ésa es la primera regla.
En noches así, no hay muchas reglas, pero las que hay están ahí porque cumplen su función. Porque muchos amigos antes que nosotros ocuparon el mismo espacio en una realidad pasada. Algunas cosas nunca cambian. El humo de esos locales, tan denso que apenas nos permite vernos, no proviene de los cigarrillos, sino de los rincones más oscuros dentro de cada uno de nosotros. Soltarlo es la mejor manera de mantenerse cuerdo.
La segunda regla es que no existe la última copa. Con frecuencia, la noche nos encuentra moviéndonos de un sitio a otro, cambiando de forma pero nunca de fondo. No importa donde vayamos, siempre estamos los mismos. El viejo barman que apuró la botella en el bar anterior se oculta ahora bajo una camiseta escotada, ojos grises, vaqueros ajustados y demasiado maquillaje. El hombre que se gastaba el sueldo del mes en la tragaperras prueba ahora su suerte en forma de chaval joven, acercándose tímido al grupo de chicas que acaba de entrar haciendo demasiado ruido. Uno tras otro, vamos reconociendo los mismos personajes de una obra que se interpreta desde hace siglos, hasta que la noche se agota e, inevitablemente, llega el momento de pedir la penúltima.
Porque siempre es la penúltima. La noche terminará, pero él y yo sabemos que el final no es sino un aplazamiento. Habrá más noches, más risas, más copas, y todas ellas terminarán con un brindis. Un homenaje a las cosas que se entienden sin que sea necesario decirlas. Una celebración en reconocimiento de algo que es anterior a nosotros mismos.
Hace unas noches, estaba fuera con otro amigo por Madrid. Era una noche en la que podríamos haber ido a cualquier sitio, pero el azar quiso que fuéramos a la Taberna de Peligros, uno de esos refugios disfrazados de bar. Allí, recibimos la noticia de que el Peligros cerraba sus puertas definitivamente, y tuvimos el honor de ser los últimos a los que se sirvió. Esa noche, un amigo se disfrazó de otro, y juntos representamos un papel que nos sabíamos de memoria. Por todos los que habían pasado antes por allí, y que tendrán que encontrar otro sitio donde respirar, nos acercamos a la barra, y observamos atentos mientras nos ponían la penúltima copa.
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