Álvaro Serrano

Eso está hecho

08/08/2011

Madrid, Spain

Una de las cosas más difíciles en un proyecto de ingeniería consiste en saber cuando algo está terminado. No hablo de la perfección, nada de eso. Me refiero a ese instante, esa etapa en la que tu trabajo pasa de “ya casi” a “está hecho”. Por supuesto, si del desarrollador dependiera, el proyecto jamás estaría hecho. En nuestra cabeza, siempre hay un paso más que avanzar en el camino hacia el ideal técnico. Siempre queda un bug que solucionar, una mejora que hacer… siempre hay algo que te reconcome por dentro diciéndote: “todavía no”.

Pero llega un momento en el que hay que saber ignorar esa voz. En desarrollo software, esto se traduce en pasar de la versión 0.9.9.9.8.9.b a la 1.0. Y ese número acojona. Acojona que no veas. Ese número significa que la gente que usa tu aplicación tiene derecho a esperar algo que está terminado. Algo que funciona sin sustos ni preocupaciones. Algo que cuesta dinero. La buena noticia es que un equipo de desarrollo convenientemente dirigido sabrá dar el salto al 1.0 en el momento adecuado, cuando la aplicación es estable y funciona correctamente en un 99% de los casos. Clientes satisfechos, usuarios felices. ¿Fin de la historia?

Ni de lejos. Para un desarrollador implicado con su trabajo (con su creación), los problemas de ese 1% restante pesan más que la tranquilidad del otro 99%. Los escucha por las noches y no le dejan dormir. Efectivamente, ser “padre” da muchas preocupaciones, aunque la inmensa mayoría del tiempo todo vaya como la seda.

Además, están los problemas que sólo existen en la cabeza del desarrollador. Se trata de vulnerabilidades teóricamente posibles que han sido identificadas en la mente de ese programador astuto que va tres pasos por delante del resto, pero que no han podido acometerse antes del paso al 1.0 porque alguien decidió que el trabajo ya estaba hecho. Lo curioso del asunto es que en este caso ambas partes tienen razón. Teóricamente, es probable que el código no sea lo suficientemente robusto ante un sofisticadísimo ataque malintencionado, o que el servidor no cuente con recursos suficientes para gestionar un chaparrón de miles de peticiones por segundo. Pero es igualmente cierto que ambas ocurrencias son, cuando menos, altamente improbables de la noche a la mañana. Lo cual no les impide estar siempre presentes en la cabeza de todo el equipo.

Así pues, se trata de un continuo tira y afloja entre la parte del equipo que persigue a toda costa la excelencia técnica, y quienes deben preocuparse por hacer frente a las necesidades del mundo real. Tan sólo mediante un correcto equilibrio entre ambas partes se puede lograr el éxito. Tan catastrófico puede resultar un producto a medio hacer, como un equipo atascado en un bucle de desarrollo sin fin.

Todo esto viene a colación de la reciente noticia por parte de la Comisión de Precios del Consorcio de Transportes de Madrid de que, a partir de hoy, el precio del billete sencillo de Metro se incrementa en un 50%, hasta 1,50 €.

Por si alguien no se ha enterado, el Metro de Madrid está terminado desde hace años. Con una cobertura más que razonable de la zona urbana madrileña, se trata de uno de los mejores metros del mundo, si no el mejor. Además, la ciudad dispone de la más que capaz red de Cercanías y los autobuses urbanos e interurbanos, completando lo que es sin duda uno de los mejores sistemas de transporte público que existen. Se mire como se mire, el Metro de Madrid está hecho. Está hecho de cojones.

Y sin embargo, verano tras verano, se halla siempre en continuas obras de mejora y ampliación. Más grande, más rápido. Mejor. Todo ello a costa de endeudar el gobierno de la ciudad hasta el extremo, y de verse obligados a subir los precios una y otra vez para hacer frente a los costes de las reformas. Claramente alguien tiene que decir basta. Con la crisis a tope, por mucho que oigamos que está a puntito de terminarse (esta vez sí, de verdad de la buena), no parece muy sensato continuar quemando fondos en una de las pocas cosas que tenemos que verdaderamente funcionan bien. En lugar de eso, estoy seguro de que hay otras muchas áreas sociales que merecen la atención y el esfuerzo del señor alcalde. Desgraciadamente, un Metro moderno vende mucho. Consigue votos, tanto en las elecciones de aquí como en las de la candidatura olímpica, que por otro lado siempre nos ha ido de perlas. Visto el panorama y si me preguntan, mucho me temo que vamos a tener obras para rato.

No cabe duda de que los madrileños pueden (podemos) presumir de tener el Mejor Metro del Mundo. Se trata de un gran eslógan pero, ¿a qué precio? Si esto sigue así vamos a tener que fijarnos en el anuncio del turrón 1880. A partir del próximo año, ya podremos anunciar bien orgullosos:

Metro de Madrid, el Metro Más Caro del Mundo.